El alimento para el alma
es el amor. Somos seres espirituales que viven en cuerpos físicos, nuestra
verdadera realidad es espiritual, aquella que vivirá por siempre, sin tiempo,
sin límite, sin edad. Vivimos en un mundo donde las verdades fundamentales han
sido sustituidas por las de la sociedad del momento, nuestras vidas giran en
satisfacer las necesidades físicas; que aunque importantes y vitales, no son
las únicas a las que debemos responder.
Nutrimos nuestro cuerpo
físico lo mejor que podemos, aprendemos de nutrición, antioxidantes, valores
calóricos, proteínas, carbohidratos, grasas buenas y malas, y aminoácidos
esenciales. Nos preocupamos por consumir alimentos seguros, libre de pesticidas, cultivados orgánicamente
y nos aseguramos de prepararlos de la mejor manera para conservar sus valores
nutricionales. Está muy bien cuidar lo mejor posible nuestro cuerpo físico.
Si somos inquietos
intelectualmente, disfrutamos leer libros y aprender siempre cosas nuevas,
escogemos los libros, las películas, programas de televisión, eventos,
congresos o redes profesionales, que nos permitan alimentar nuestra mente con
aquello que percibimos que necesitamos para mejorar, o simplemente lo hacemos
para disfrutar.
También tratamos de
responder a las necesidades emocionales y sociales; dedicamos tiempo a la
familia y a los amigos, compartiendo momentos para fortalecer los lazos que
hemos creado, demostrando el amor que sentimos por ellos, y lo importantes que
son en nuestras vidas. Nos reunimos para celebrar los logros y fechas felices, y
para acompañar en los momentos difíciles.
Desafortunadamente, el
tiempo dedicado a nuestro espíritu, la esencia de la vida, es muy limitado. El
compromiso para nutrir adecuadamente nuestro espíritu es mínimo, vivimos la
vida como si la única realidad fuera el reino físico y temporal de la
existencia de una vida. La verdad, la
mayoría vivimos ciegos ante nuestra verdadera esencia, y en esta ceguera, no
reconocemos que el verdadero alimento para nuestras vidas es el amor.
Cuando el amor traspasa cada
uno de nuestros pensamientos, palabras y obras alimentamos al espíritu que
habita en nosotros. Si convertimos el amor en el motor de la vida; las
prioridades cambian, las necesidades propias disminuyen, pensamos más en los
otros y aumenta el deseo de hacer de nuestra vida un regalo para los demás
Gracias Dios, por enseñarnos
el mandamiento más importante: el Amor. Te pedimos humildemente la gracia de
llevarlo siempre en nuestras vidas, para darlo con la misma generosidad con la
que Tú nos lo regalas. Gracias.
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